La verdad sin contemplaciones habla por su boca, sin convencionalismos hueros, abonando a la desnaturalización de costumbres y usos. Un hablar a todo riesgo.
«Esta vez me presentaré como me dé la gana, con aire desenfadado subiré las gradas», dice el poeta.
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La larga tradición del desparpajo
Un libro de poemas se ha de enfrentar a sus lectores y lectoras en soledad, desnudo, como vino al mundo.
Sin embargo, en aras de lograr un mejor acercamiento a Manual para inconformistas, toda vez que tuvo una primera edición en 1995 y, en todo caso, porque es mucha el agua que ha corrido bajo el puente y porque los criterios muchas veces superficiales sobre tópicos revestidos de moralina, distraen y oscurecen, sin permitir la lúcida lobreguez que viene de lejos a encontrarnos aquí –al descampado- en el mismo lugar de las pasiones más hondas, aun soterradas. Decidimos entonces, hacer una breve nota que lo sitúe en la que creemos su tradición e incluso su contexto, a qué pertenece y de dónde, largamente, proviene.
Una palabra nos orienta: escrología (αἰσχρολογία), un término empleado por Platón y Aristóteles para referirse a las expresiones sexuales y escatológicas. Dicho término confiere un ámbito, una atmósfera en la que los juegos verbales sitúan la naturaleza sobre la cultura, el sexo sobre el orden social y al eros con toda su fuerza disruptiva sobre la moral que oprime.
Junto a la escrología, encontramos la persona yámbica, la construcción de una máscara que enuncia y denuncia, y que de alguna manera retórica regula al yo que profiere burlas, obscenidades y dicterios, revestido de personaje ficticio.
Si en la Grecia o Roma antiguas esto formaba parte de los rituales y del teatro que representaba el tiempo sagrado, en los poemas y claro está, en el momento primordial de su lectura, cuando estamos trasladados a esa instancia de quiebre de la normalidad, está el libro –y en particular este Manual- fundando su tiempo invertido, su fiesta eleusina y mistérica no agraria sino urbana, su universo devenido en tremedal.
(…)
Fı́jese en lo que pienso de la puta
ciudad: es un lago donde estamos obligados a
andar con la mierda al cuello. Es la ciudad la que
me odia por opinar de ella de ese modo.
(De Manual para inconformistas, p. 36)
Otro elemento a considerar es lo que se conoce en la tradición grecorromana como parresía (παρρησία) o «libertad de palabra», propia de la filosofía cínica, que lleva en este caso al poeta a expresarse sin reparos sociales o ideológicos, de forma cáustica, mordaz y con no poco ingenio. Como dice la profesora de filosofía Xisca Homar «el acto de decir la verdad es un juego de vida o muerte. Y solo quienes están bajo el poder de otros pueden embarcarse en la parresía.»
(…)
De alcabala en alcabala avanzo
a un paso de la putrefacción,
tullido en una silla de ruedas
debajo del ronroneo incesante de los black hawks
y en la clandestinidad más completa
de los estados de postración, como un gran hijo de la puta.
(De Manual..., p. 56)
La libertad de palabra supone también, libertad de acción, que en ocasiones raya en la impudicia y la licencia, cónsono con la naturaleza, con las necesidades físicas, sexuales, excrementicias, que reclaman satisfacción.
La verdad sin contemplaciones habla por su boca, sin convencionalismos hueros, abonando a la desnaturalización de costumbres y usos. Un hablar a todo riesgo.
El poeta que porta estos signos se presenta como enemigo del orden social establecido y sus armas suelen ser la burla y la sátira, las invectivas, los insultos, las bromas, burlas y obscenidades.
Estamos frente a una parresía radical que se goza en lo escatológico y le hace frente al arte elevado, que se estira con artificios hipócritas. Es pues, la danza corrosiva de la ironía hecha lenguaje.
«Esta vez me presentaré como me dé la gana, con aire desenfadado subiré las gradas», dice el poeta. Con ese mismo talante, desenvueltos, vayamos a su encuentro.
José Javier León
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